Ayotzinapa, un año después

Familiares de los 43 estudiantes desaparecidos reflexionan sobre un año agonizante

Familiares de los 43 estudiantes desaparecidos reflexionan sobre un año agonizante
Natividad de la Cruz Bartolo, madre del estudiante desaparecido, Emiliano Alan Gaspar de la Cruz, en su casa en Omeapa.

Para varias familias en este pueblo de 400 habitantes, el último año ha sido el más difícil de sus vidas. Los habitantes que representan esta municipalidad campestre han vivido, en el mejor de los casos, un año en el limbo, y en el peor, en un infierno de inciertidumbre y engaño.

La desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerreo, durante la noche del 26 de septiembre de 2014, es un evento sin precedentes en la historia moderna de México. Tres de los jóvenes — Jhosivani Guerrero de la Cruz, Everardo Rodríguez Bello y Emiliano Alan Gaspar de la Cruz — son oriundos de esta comunidad, a sólo 12 kilómetros de la escuela.

La calle principal de Omeapa esta pavimentada. Las demás son caminos de tierra o piedra tan estrechas que sólo hay espacio para un auto o camioneta. La mayoría de los habitantes tienen raíces indígenas. Dos generaciones atrás, se hablaba náhuatl en el pueblo. Todos parecen estar relacionados por de sangre o matrimonio.

Al límite del pueblo hay un estanque que todos llaman la laguna. Antes se parecía más a un lago, un lugar donde la población iba a nadar. Pero el nivel del agua ha disminuido tanto que las murallas de piedra que hace años servían como plataforma para lanzarse al estanque ahora yacen expuestas y separadas del agua. Los tres jóvenes jugaban aquí durante su infancia.

El camino a Omeapa, arriba. La salida del autopista para el pueblo, izq. Cada día un anciano barre la única calle pavimentada del pueblo, der. (Hacer clic y ampliar imagen)

La inciertidumbre que caracteriza el destino de los tres jóvenes desaparecidos ha rodeado al pueblo durante el último año, pero sus ceremonias cotidianas siguen sin variaciones. Las ancianas se encuentran en la capilla católica cada tarde para rezar el rosario. Los jóvenes juegan al básquetbol o simplemente pasan tiempo bebiendo cerca de la cancha, que se encuentra al lado de la capilla.

A comienzos de septiembre el procurador general de México anunció que su oficina había identificado los restos mortales de Jhosivani Guerrero de la Cruz. La familia del jóven, sin embargo, ya no confía en el gobierno. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos es una de varias organizaciones que rechazan la versión gubernamental de los eventos del 26 de septiembre: que miembros de la policía municipal entregaron los jóvenes a los Guerreros Unidos y que luego este grupo criminal los incineró en un basurero.

En cuanto a las pruebas ADN, “Las probabilidades [de exactitud] son muy bajas,” dijo su hermana Anayeli de la Cruz. “Hay semejanzas entre la ADN de varias mujeres con el apellido de la Cruz, y no necesariamente sólo con mi mamá. Pero, ¿sabes qué? Entre los desaparecidos en la escuela hay cuatro jóvenes de familias con el apellido de la Cruz. Y, ¿sabes cuánta gente con el apellido de la Cruz ha desaparecido [en Mexico]? Miles.”

A un año de la desaparición del los 43 normalistas, familiares de los estudiantes reflexionan sobre el año mas difícil de sus vidas.

Margarito 'Don Benito' Guerrero, padre de Jhosivani Guerrero de la Cruz

‘No vamos a abandonar esta lucha hasta tener una respuesta que sea buena, que no sea mentira.’

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Mi nombre es Margarito Guerrero Tecoapa. Yo soy padre de Jhosivani Guerrero de la Cruz, de los muchachos que están desaparecidos. Él tenía 19 años cuando lo desaparecieron. Tiene 20 ahorita.

Él es alegre. Le gustaba mucho la cacería, el fútbol, básquetbol, y la escuela. Era buen estudiante. Él se dedicaba en su tiempo libre a vender agua para el pueblo. Vendía agua con la camioneta; Rotoplas, de estos negros.

Él quería ser veterinario pero, por falta de dinero, no pudimos. Él quería ir a México, y nosotros le dijimos que estudiara en la normal, este año siquiera. Le gustaban mucho los animales. Él los cuidaba. Cualquier animal que encontraba por ahí, aunque sea de campo, lo agarraba ahí y se lo traía herido. Cualquier animalito lo encontraba y lo inyectaba.

Yo me fui a Estados Unidos cuando él tenía 1 año y medio. Él creció con su mamá. Estuve allá 11 años. Desde que yo llegué le enseñé a trabajar lo mío, el campo. Fue poco tiempo porque él estaba estudiando. Creció solo. Cuando yo llegué ya era grande. Él sabe hacer todo. Cuando llegué aquí, nomás trabajando con las bestias, aquí en la tierra, me decía, ¿y esto cómo se hace? Le enseñé así, todo lo de las bestias para surcar la tierra. Era vivo para todo, pues.

Un jóven Jhisivano Guerrero de la Cruz (Hacer clic y ampliar imagen)

Nuestra vida no es igual como cuando él andaba con nosotros. Ya todo cambió. Toda la vida desde ese día cambió. Usted ve, nosotros dejamos todo. Aquí tenía yo la siembra. No hay nada, nada. Todo se perdió otra vez. Como no hay nadie quien cuide aquí, los animales vienen y se meten y se comen todo. Entonces para nosotros es un golpe que nos va bajando poco a poco, poco a poco.

La parte más difícil para nosotros fue comenzar las búsquedas, sin dinero, y enfrentarnos a puros mafiosos, enfrentarnos al gobierno. Lo hemos hecho. Cuando vamos a las marchas nos enfrentamos al gobierno. Han sido tiempos difíciles, pues. Nos hemos golpeado con ellos también porque a veces no nos dejan pasar. Ahorita no nos han dejado pasar al cuartel al que hemos querido entrar. Me reventaron por varias partes con balas de goma. Me abrió todo esto en Iguala. [Él muestra dónde ha recibido golpes con balas de goma en el antebrazo y la pierna.]

Hemos hecho de todo. Pedirle respuesta al gobierno a la buena. Comenzamos en hacer búsquedas nosotros solos, todo el cerro, las minas, los pueblos. Alrededor de Iguala nos dan algunos puntos. Nosotros, a donde nos mandan, vamos. Nosotros siempre hemos visto que es pura mentira. El gobierno nos llevaba por donde no era. Nunca quería buscar con nosotros. Si buscaba, buscaba por las calles y ahí, Pues, ¿qué cosa iba a encontrar? Nada.

Ahorita con todo lo que sabemos, ya no vamos a pedir que lo busque en fosas, que lo busque en minas. Que los busquen donde los tengan ellos, en los cuarteles, ¿porque dónde los van a tener? En los cuarteles, los militares.

Guerrero sostiene a su nieta, Jhosibeth Robledo Guerrero, izq., y mira a través de una ventana en casa de su hija, der. (Hacer clic y ampliar imagen)

Todos nos damos valor para seguir adelante. Todos los padres que estamos ahí hemos dicho que no vamos a abandonar esta lucha hasta tener una respuesta que sea buena, que no sea mentira.

Yo he cambiado mucho. Nosotros somos del municipio, respetamos al presidente [municipal], al gobernador, al presidente de la república. Siempre decíamos que son nuestras autoridades, pero con lo que está haciendo ya no le tenemos respeto. Le agarramos coraje, le agarramos odio ya. No éramos gente de hacer esto. Éramos gente de campo con ciertas formas de vivir, no lo que estamos viviendo, pues. Estamos viviendo una pesadilla y ojalá no le pase a ninguno lo que nos está pasando. Aunque digan que somos fuertes, estamos aguantando porque así debe de ser. La verdad es otra. Sí nos está llevando esto a la ruina, pues, pero ahí tenemos que estar.

[Nuestra localidad, Omeapa] ha cambiado con nosotros, los tres que somos de aquí. A la demás gente que hay no le interesa lo que a otra gente le pase. Tenemos alguna gente que nos apoya. Sí hay familiares que nos apoyan, pero también hay familiares que no nos apoyan. Ellos no sienten lo que nosotros estamos sintiendo.

Martina de la Cruz, la madre de Jhosivani, sentada, y su hija menor, Almarosa, con su propia hija, Jhosibeth Robledo Guerrero. (Hacer clic y ampliar imagen)

No le ponemos cuidado a la demás gente. Nosotros vamos y venimos pero casi no nos juntamos con gente. Yo no más llego aquí, hago lo que voy a hacer y me voy. Se oyen rumores, que allá están. “Se hacen tarugos, no trabajan porque no quieren,” dicen. “¿Qué cosa están hacienda? Son necios, ya que se olviden de sus hijos.” Y a nosotros nos duele, pues, que la gente diga eso. No somos necios. Porque no queremos aceptar la realidad, pues no es la realidad. Nos duele que la gente diga que no más estamos perdiendo el tiempo, pero no es así. Por eso, mejor andamos a parte de la demás gente.

Yo siento que está vivo. Nunca sueño que esté muerto ni nada. Yo sueño que está vivo y que va a llegar.

Nosotros, como familiares, hemos dicho que si un día un hijo llegara, nosotros haríamos, lo primero, llevarlo a toda la gente que nos ha apoyado, presentarlo, que lo que hicieron por nosotros se hizo realidad. Los llevaríamos a México, a todo pues. Lo pasaríamos en todo y todos dicen lo mismo, que tenemos que agradecerle muchas cosas a mucha gente, mucha gente de otros países.

Sería, como quien dice, un milagro que él llegara, que nos lo entregaran. Haríamos una fiesta en agradecimiento a todos.

Le rezo en el campo. En el campo dicen que el milagro lo hacen que sea cualquier cosa si lo pide uno con mucha fe. A veces voy caminando así y en un árbol le digo, “hazme el milagro, que regrese.”

Minerva Bello, madre de Everardo Rodríguez Bello

‘Ay, mi hijito, ¿dónde estás? Regresa pronto que te estamos esperando toda la familia.’

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Mi nombre es Minerva Bello Guerrero. Tengo 48 años. Soy mamá de Everardo Rodríguez Bello. Él tenía 19 años cuando entró a la Ayotzinapa.

Mi hijo lo conocemos muchos como Kalimba. Mi hermano le puso así por el cantante.

Él es muy así, echa mucho relajo, es relajista. Él mucho se chanceaba con su cuñada, mi nuera que anda aquí. Mucho se chanceaba con ella o conmigo.

La última vez que yo lo vi fue en una reunión en Ayotzi, que les dieron permiso de que platicaran con sus familiares. Me echa el brazo, me dice, “¿Qué jefa, me extrañas, verdad? Sí, yo te lo dije que me ibas a extrañar.” Me hacía travesuras. Me decía, “ay, mi jefa tan chula, otra tan chula no me la voy a encontrar.”

Le gusta jugar, trabajar, salir al campo. Cuando él ha estado aquí con nosotros, él va a traer leña aquí para cocinar. Mucho le gusta andar en el campo. Sí y también lo que le gusta mucho a él es hacerse de comer, preparar su salsa, ahí en molcajete.

Era muy platicador. Luego me decía, “Yo voy a ser maestro, a comprar mi pedacito de terreno. Voy a hacer mi casa, los voy a ayudar a ustedes. Ya mi papá no va a tener que trabajar mucho.” Él era así, de pensamientos muy bonitos.

Bello sostiene una foto de su hijo desaparecido, Everardo. (Hacer clic y ampliar imagen)

Yo me preocupo mucho por él porque él aquí ha sido muy cariñoso conmigo. Me ayudaba a hacer el quehacer. A todos mis hijos los he acostumbrado a que se pongan a hacer quehacer. Se ponía él hasta a barrer. Hacía también tortillas. A él le gustaba hacerse su comida que él quería. Se ponía a platicar con nosotros. Nos contaba de sus novias. Sí, tenía su novia en pueblito que se llama La Esperanza, rumbo a Chilapa. Se llamaba Yareli. La iba a ver allá a su pueblo.

[Esa noche del 26 de septiembre] nos avisaron que había pasado algo allá en la normal y en ese mismo momento nos fuimos con mi compadre, con mi comadre y la otra señora que vivía allá. Nos fuimos todos juntos en ese rato que nos avisaron pero nosotros no sabíamos qué había pasado. Nada más nos avisaron que había pasado algo pero no nos habían dicho qué. Ya que llegamos allá nos dijeron que los habían atentado a los muchachos.

Nosotros como padres y madres le pedimos al gobierno que nos los entregue, porque él sabe de nuestros hijos. Le exigimos, no le pedimos de favor nada. Hemos andado en marchas, nos han llevado a comisiones y cada mes, el 26, nos vamos a la marcha en México. Hemos ido a todas las marchas, nada más nosotros dos [mi esposo y yo] porque los demás hijos estudian. Mi nuera es la que se encarga de atender a mis hijos. Hemos aprendido muchas cosas. Ya estamos más despiertos.

Yo pienso que sí van a regresar los muchachos. Yo lo soñé. La primera vez que lo soñé estaba yo donde mi mama. Vi que venía así, que salieron de para arriba todos los muchachos. Y le digo a mi hijo Raúl, “Ya viene tu hermano, vételo a encontrar porque se ve que viene así, ido de la mente.” Yo soñé que llegó pero lo vi muy mal. Así en una mesa, en que tenía yo tamales, de frijol, así entero y de frijol molido. Empecé a quitar todo, le dije, “Aquí acuéstate, m’ijo.” En ese sueño pensé, mi hijo no ha de comer. Por eso soñé los tamales. Mi hijo ha de tener hambre, no le han de dar de comer. Ese fue un sueño.

Otra vez soñé que [los normalistas] habían llegado, que los traían en aviones y helicópteros en un lugar donde era un campo con el pastito verde. Había mucho ganado.

Bello con su hija, Esbeidy Viridiana Rodríguez Bello, centro, y nieta, Janel Esmerelda Rodríguez Santiago. (Hacer clic y ampliar imagen)

Es muy difícil para nosotros porque uno está pensando que ellos van a regresar. Ya no más está uno pensando en ellos, que en dónde los tendrán, cómo los tendrán, que si comerán o no. A veces no puedo dormir en las noches pensando en él. Los estamos esperando, toda la familia.

Debe uno darse valor para que cuando los hijos regresen esté uno bien para recibirlos. Para que cuando él regrese me vea buena, pues. Le pido a Dios que nos dé muchas fuerzas y a ellos también. Dondequiera que estén, que los cuide y los proteja de los malos.

Hay momentos que me pongo con la foto y le pido, “ay, mi hijito, ¿dónde estás? Regresa pronto que te estamos esperando toda la familia.”

Natividad De la Cruz, madre de Emiliano Alan Gaspar De la Cruz

‘[A] otras personas no les importa ... Ellos no sienten porque no son sus hijos.’

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Mi nombre es Natividad de la Cruz Bartolo, mamá de Emiliano Alan Gaspar de la Cruz. Él tenía 23 años cuando lo desaparecieron. Es sietemesino. Lo tuve antes de los siete meses. Estuvo en incubadora, por eso está retrasado en su entrada [a la normal].

Es muy amable. Me descompuse mi mano cuando yo era joven, cuando todavía no me casaba. Mi mano no me sirve para lavar cobijas. Él lavaba las cobijas en el lavadero. Me ayudaba mucho. Es muy lindo y amable mi hijo, la verdad, dondequiera que esté. Él aseaba su casa. Trabaja en el campo, porque aquí no hay otra cosa.

Tenía sus tenis rotos, mi lindo hijo, cuando se lo llevaron. Como nosotros somos de bajos recursos, no tenemos dinero.

Es él que daba para mi niña, que iba a la escuela, el que daba. Hallaba el modo para que su hermanita pudiera ir a la escuela. Ella tiene 19, va a la escuela, va a una normal superior, no la de Ayotzinapa. Él apoyaba a sus hermanitos. No era nada egoísta. Va al campo, trae su carga de leña, ve a sus caballitos, va a verlos, va a dejarlos. Eso es a lo que se dedicaba mi hijo. No tiene ningún vicio, no toma, no fuma. Nunca lo vi de noche en la calle.

Emiliano Alan Gaspar de la Cruz al graduarse de la escuela secundaria. (Hacer clic y ampliar imagen)

Era un buen hijo, la verdad. El dinero que se iba a ganar, no lo guardaba, me lo entregaba a mí. Me decía, “Mire mamá.” El día que ganó dos o tres mil pesos, dice, “Mire, tenga el dinero. No más dame cien pesos. No, tenga. Aquí está. Tú sabes lo que vas a hacer.” Es amable mi hijo conmigo. Dondequiera que esté es bien amable, la verdad.

Él vacuna a los gallos, los cría, vacuna a los puercos y los otros animales que tiene. Es bien bueno con los animales. Es bien amable con su papá, que se descompuso su pie. Él lo sacaba para ir al baño, él lo sacaba cargando porque no podíamos.

Nosotros sembramos aquí puro maíz. Él hace un año, hace dos años, sacó mezcal, él sacó una tina de mezcal, doscientos veinte litros. Eso estuvo manteniéndonos, vendíamos por litro. Él trabaja aquí, no hay ni un chamaco que ande en malos pasos porque es una comunidad bien chiquita, todos trabajadores aquí, los jóvenes.

Por eso yo le digo, si mi hijo lo mandé a la escuela, no lo mandé para que se lo llevaran. Si hubiera yo sabido que así le iban a hacer, ¿para qué lo mando? Aquí estuviera, me mantiene bien.

Una cocina comunitaria apoyada por el gobierno municipal de Omeapa y decorada para el día de la independencia de México, izq. De la Cruz hace tortillas en una cocina al aire libre cerca de su casa. (Hacer clic y ampliar imagen)

Ahorita, gracias a los expertos que nos dijeron que ellos están vivos. Que no es cierto que están quemados. El gobierno dice que están quemados, que están en las fosas. Es pura mentira porque el gobierno se los llevó. Él se los llevó y él los quiere tener. Yo digo, “¿por qué, si nosotros somos campesinos, él los quiere tener?”

Desde el principio, desde cuando se lo llevaron, mi corazón me dice que él no está muerto, que está vivo, que él va a regresar.

Aquí [Omeapa] es lo mismo porque nos sucedió a nosotros, y a otras personas no les importa. Aquí no nos apoya el comisario, no nos apoya nadie. Tenemos más apoyo de afuera, no de aquí. Aquí, como siempre ha sido, hay fiestas, hay todo. Ellos no sienten porque no son sus hijos.

Todos los días me acuerdo de mi hijo, cada vez que voy a comer, cada vez que voy a dormir. Todos los días está en mi mente. Nunca lo olvido. Nunca lo voy a olvidar porque él vive. Él está y tiene que regresar.

Mi corazón habla con él. Yo sé que sí está porque mis padres ya murieron, y cuando mueren te da unas señas. Aquí nosotros tenemos unas señas que ya murieron tus padres, que se van a morir, y yo con mi hijo, no. Por eso mi hijo está, mi hijo vive, mi corazón dice que él está.

Anayeli Guerrero de la Cruz, hermana de Jhosivani Guerrero de la Cruz

‘Nosotros, como familia, hemos ido a lugares que no tiene usted idea de lo peligroso que han sido.’

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Mi nombre es Anayeli Guerrero de la Cruz. Soy hermana de Jhosivani Guerrero de la Cruz, uno de los 43 desaparecidos. Somos siete hermanos, cuatro hombres y tres mujeres. Tres se fueron de ilegales a Estados Unidos, pero el más grande falleció allá. Yo soy la tercera de los siete, y Johsivani es el menor de los siete.

Tiene un carácter muy difícil, pues, él es muy enojón y muy especial porque pues no le gusta que uno lo regañe, que le diga cosas o que uno se meta en su espacio. A pesar de que él era más chico, pues sí nos peleamos, le decíamos algo que a él no le gustaba, sí se molestaba. No más así, lo único que decía él era eso de “Vas a ver, pendeja,” pero no llegaba a golpes.

Les hacía cosas a mis hijos, pues, a sus sobrinos, jugando, pero como él era el más rudo, pues luego los hacía llorar y yo le decía, “Ay, tú, pues pareces chiquito.”

De estudioso, así muy muy dedicado. Le gustaba jugar fútbol. Tenía un equipo aquí en Omeapa que se llama San Juan Omeapa, y ahí jugaba futbol. Y básquetbol también en las tardes, como allí en la comunidad no hay otra cosa que hacer, después de comer, de las siete en adelante, se iba con sus amigos a jugar basquetbol.

El afiche oficial del desaparecido Jhosivani Guerrero de la Cruz. (Hacer clic y ampliar imagen)

Él sabe de mecánica. En Conalep (Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica) aprendió a componer autos. Pero lo que más le gustaba, lo que le gusta, es componer aparatos electrónicos. Pero él ya no quería ir a estudiar, ya se había desanimado porque luego le decía a ella [nuestra madre]: “No, jefa, a veces ni te alcanza para que me des dinero. Mejor ya no voy a estudiar. Me quiero ir a Estados Unidos con mis carnales.”

Sus hermanos en Estados Unidos le dijeron que “pasar por el desierto es muy difícil, y aquí no tienes vida propia, y a lo único que te dedicas es a trabajar y trabajar y no creas que nada más vas a venir a divertirte. No, cuando estés aquí ya no vas a hacer nada, no, te vas a arrepentir. Mejor échale ganas al estudio, que eres el más chiquito.”

Antes de entrar a la normal, dos meses antes, tenía una novia. Pero terminó con ella porque decía, “Ahora a lo que me voy a enfocar es mejor al studio. Le voy a echar ganas mejor, y me voy a olvidar de las novias, y adelante llegarán.”

Y lo más curioso fue que se metió a lo de la casa activista [de la normal], donde ahí se la pasan estudiando y viendo todo lo de la política y todo eso. Haz de cuenta que le digo a ella, a mi mamá, son como unos licenciados porque bien que saben las leyes y cosas que el gobierno hace.

Sí cambió su manera de pensar, quizá en el transcurso del tiempo que estuvo entre la semana de prueba y los tres meses que tenían en ese entonces, antes de que desaparecieran. Cambió en la forma de pensar y varias cosas. Nosotros nunca nos imaginamos que le gustaran cosas de la política o cosas de esas.

La famila Guerrero, sentados, de izq.: Martina de la Cruz, madre de Jhosivani; Margarito Guerrero, padre de Jhosivani; Anayeli Guerrero de la Cruz, hermana de Jhosivani. Parada (con blusa naranja), Almarosa Guerrero de la Cruz, la hermana de Jhosivani. Todos los hijos son nietos de Margarito y Martina. (Hacer clic y ampliar imagen)

No ha sido fácil, tanto para mi mamá. Ya ven como dicen, la mamá es la que siente más. Nosotros ya pasamos por la muerte de un hermano, y como ella dice, “Yo no digo que ya me resigné, que se murió tu otro hermano, pero por lo menos él ya lo enterré, sé dónde está, ya no es tanto el dolor.” Con esto sí. Día a día, es más difícil de estar pensando días enteros, de no saber, de no saber. La inciertidumbre es lo más doloroso, una desaparición como tal.

No se imagina qué cosas se han hecho [para conseguir respuestas]. Y nosotros, como familia, hemos ido a lugares que no tiene usted idea de lo peligroso que han sido. Mi hermano y mi esposo, desde el primer momento en que pasó todo esto, se fueron al monte. Anduvieron incluso una vez una semana en el monte buscando, en los cerros, rumbo a Iguala.

Sus cosas, todo, están como él las dejó, allá en Omeapa. No hemos hecho nada en su cuarto. No más se llega a barrer, por el polvo, pero sus cosas ahí están, como él las dejó, esperando. Todas sus cosas, hasta sus pesitos, sus moneditas, ahí las dejó y ahí están todavía.

Yo no más me imagino que si llegara él, que lo encontráramos, él no más se iba a empezar a reír y, como siempre nos decía, “¡No manchen!” Sí, porque, sería de reír.

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